P. Ramón Rivas, CJM
La misión, la gran misión, la única misión de la Iglesia es evangelizar,
anunciar a todo el mundo la buena nueva del Reino y dar testimonio del amor de
Dios manifestado en Cristo. Todo lo demás que haga, (sacramentos, liturgia,
oración, caridad etc.), debe estar siempre incondicionalmente al servicio de
esa tarea, no de otros intereses, cualesquiera que sean.
Además, es la misión de todos los que forman la Iglesia. Atañe a todos
por igual, no sólo al papa, los obispos, sacerdotes, etc.. Desde el cristiano
de cualquier país africano hasta el de Japón o Canadá o Italia. Desde las
alturas eclesiásticas hasta las bases del pueblo sencillo de Dios.
Por eso, cuando leemos en los evangelios los diversos relatos sobre
aquella primera misión, por ejemplo en Lucas (9,1-16), algo nos tiembla por
dentro. Jesús reúne a los Doce, les da poder sobre toda clases de demonios y
los envía a proclamar el reino y a curar a los enfermos. Este texto nos dice
con claridad que para los doce, y para la primera comunidad cristiana, la
misión era también la primera razón de su existencia. Aquella comunidad,
aquella iglesia, no era una secta cerrada sobre sí misma. Estaba abierta a
todos los vientos, a todas las culturas, a todas las razas. Porque querían que
todos conocieran el mensaje de Jesús.
El evangelista Lucas, cuando escribió este texto, tenía muy presente
la importancia clave de la misión evangelizadora para la iglesia. Por eso cuidó
bien los detalles, las condiciones en que el evangelizador debe llevar adelante
su misión de modo que no oculte el mensaje ni lo deforme.
La primera condición es la pobreza. A la misión no le hacen falta
adornos. Es más, le sobran. “Ni bastón, ni alforja, ni pan, ni dinero”. Hoy lo
podríamos traducir por “ni coputador, ni powerpoint, ni técnicas psicológicas,
ni...” El reino se anuncia por sí solo. El amor no se transmite mediante libros
ni mediante sesudas reflexiones. El amor se transmite amando, haciendo que
aquellos con los que nos encontramos sientan y experimenten el amor de Dios en
nuestra forma de tratarlos. Ese es el punto de partida. Después podrán venir
los libros y los powerpoints. Pero ha de quedar claro que lo nuclear del
mensaje se entrega de persona a persona, en el testimonio de vida, en el
servicio desinteresado por el bien del otro.
Pero hay otro punto que no tampoco hay que olvidar: la buena nueva
está marcada por la urgencia. El evangelizador, sin vacilaciones ni ni
aplazamientos, tiene que llegar y ofrecer el mensaje. Y saber partir hacia otro
lugar si el mensaje no es bien recibido. Lo suyo es anunciar. Hay muchos que
están esperando. Y continuamente hay que andar buscando los medios, los
lenguajes, las iniciativas que permitan llevar la buena nueva a quienes no la
conocen.
Hoy tenemos que seguir evangelizando. Esa es nuestra misión. No
olvidemos que lo fundamental es el testimonio de vida. Y que evangelizar es
urgente porque hay muchos que están esperando.