lunes, 15 de octubre de 2012

Intervención de Monseñor Ricardo Antonio Tobón Restrepo, Arzobispo de Medellín (Colombia)


La Nueva Evangelización para transmitir la fe debe ser mucho más que multiplicar lo que ya hemos hecho; debe ser un acto integral que, dentro de las circunstancias del mundo de hoy, ilumine la inteligencia, oriente la libertad, mueva los sentimientos, comprometa toda la vida. La evangelización es un acontecimiento, a la vez, complejo y sencillo. Complejo, porque podemos situario en el orden de la creación; sencillo, porque la gracia lo produce como de modo natural en quien está dispuesto. A mi modesto modo de ver, los distintos procesos en los que se desarrolla la evangelización deben propiciar tres experiencias concretas y fundamentales.

En primer lugar, la experiencia de la paternidad de Dios. Un encuentro con Cristo y un proceso de discipulado con él, deben permitir la experiencia fundamental y originaria de Jesús: la filiación. Por tanto, convendría que volviéramos al kerigma inicial de Jesús: Dios está cerca, su paternidad está en acción, su reino está en medio de nosotros (Mc 1,15; Lc 17,20). Quien con la gracia del Espíritu Santo llega a esta experiencia, encuentra para siempre el sentido de la vida y tiene fuerza para realizar el proyecto que es dentro del plan de Dios.


En segundo lugar, es preciso llegar a tener de un modo concreto la experiencia de la comunidad cristiana. Porque la nueva evangelización es un acto eclesial tiene que potenciar la comunidad a todos los niveles: la familia como primera Iglesia doméstica, las pequeñas comunidades eclesiales como espacio fundamental de vida, la parroquia como centro vivo de espiritualidad y pastoral a la que se integran y en la que encuentran sentido otras realidades, la Iglesia particular que, siguiendo la doctrina del Vaticano II, hace concreto y auténtico el misterio de la Iglesia.


En tercer lugar, hay que llegar a la experiencia de la alegría de dar a Dios. Transmitir la fe no es una carga, es una necesidad, es una ganancia, es la vida misma de quien vive las experiencias anteriores. “Ay de mí si no evangelizo”, decía Pablo (cf 1 Cor 9,16). La evangelización verdadera brota del contacto con Dios y con los hombres en el poder del Espíritu Santo. Es el testimonio humilde y audaz de lo que se vive y no se puede callar.

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