jueves, 25 de octubre de 2012

Ramón Rivas (II): El Espíritu Santo, el gran desconocido...




P. Ramón Rivas, CJM

«Unas veces me siento como pobre colina, y otras como montaña de cumbres repetidas», escribía Mario Benedetti en su poema “Estados de ánimo”. Y, de alguna manera, el poeta describe aquí la acción del Espíritu Santo, que aparece de múltiples maneras, sopla donde quiere y espera que nos dejemos empapar por su acción y su presencia.

Lamentablemente, el Espíritu es el gran desconocido para muchísimos cristianos, a nivel tanto de experiencia espiritual como de reflexión teológica. De hecho, la reflexión sobre el Espíritu Santo no ha alcanzado todavía las cotas de otros campos de la teología, como puede la cristología o la reflexión trinitaria.

Ya en el siglo VI, San Agustín se quejaba: «Del Padre y del Hijo se ha escrito mucho [ ... ]. En cambio, del Espíritu Santo no han escrito aún tanto ni con tanta diligencia los grandes expertos en las Escrituras, de forma que se pueda entender mejor su carácter propio [ ... ]; se limitan a decir que el Espíritu es el don de Dios, dejando a salvo que Dios no puede dar un don que sea inferior a Sí mismo» (De fide et symbolo IX, 18 Y 19)

Esta misma se sigue repitiendo hoy, desde el concilio Vaticano II. Así por ejemplo, G. PHILIPS escribía: «Si se nos permite manifestar un deseo, éste es que se elabore mejor y con oído atento la teología del Espíritu Santo. Al comienzo del cristianismo, la pneumatología necesitó tres siglos aproximadamente antes de conseguir un tratamiento sistemático -lo mismo que la mariología; y aunque en las tres últimas décadas se ha escrito bastante sobre el Espíritu Santo, también lo es que dicha reflexión no ha pasado todavía a la autoconciencia de la Iglesia”.

La ausencia de dicha reflexion ha teñido también la visión de la Iglesia, en la que se ha subrayado la relación que ésta tiene con Jesucristo, en detrimento de la relacion que existe entre la Iglesia y el Espíritu.

Esto obviamente ha traído consecuencias lamentables en el campo de la pastoral. Se hace urgente que el Espíritu deje de ser el gran desconocido.

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