jueves, 18 de octubre de 2012

La Fe, según San Juan Eudes



Del libro de San Juan Eudes, presbítero, "VIDA y REINO DE JESÚS EN LAS ALMAS CRISTIANAS". 
2, 4-5: Oeuvres Completes 1, 168-172.


El primer fundamento de la vida cristiana es la fe. Porque el que se acerca a Dios debe creer que existe; sin la fe es imposible agradar a Dios (Hb 11, 6). La fe es la firme seguridad de los bienes que se esperan, la plena convicción de las realidades que no se ven (Hb 11, 1).

La fe es la piedra fundamental de la casa y del reino de Jesucristo. Es una luz celestial y divina, una participación de la luz eterna e inaccesible, un destello del rostro de Dios. 0, para hablar conforme a la Escritura, es como un divino carácter por el cual la luz del rostro de Dios se imprime en nuestras almas (Sal 4, 7).

La fe es una comunicación y extensión de la luz y ciencia divinas infundidas en el alma de Jesús en el momento de su encarnación. Es la ciencia de la salvación, la ciencia de los santos, la ciencia de Dios, que Jesucristo sacó del seno del Padre y trajo a la tierra para disipar nuestras tinieblas e iluminar nuestros corazones.

Con ella nos da los conocimientos necesarios para servir y amar perfectamente a Dios, y somete nuestros espíritus a las verdades que nos ha enseñado y que nos sigue enseñando por sí mismo y por medio de su Iglesia.

Por la fe expresamos, continuamos y completamos en nosotros la sumisión, docilidad y sometimiento voluntario y sin oscuridad del espíritu humano de Cristo  frente a las luces y verdades que su Padre eterno le ha comunicado.

Esta luz o ciencia divina nos da un conocimiento perfecto, en cuanto es posible en esta vida, de cuanto hay en Dios y fuera de él. La razón y la ciencia humanas a menudo nos engañan porque sus luces son débiles y limitadas para penetrar lo infinito e incomprensible de Dios. Además, están entenebrecidas por el pecado y no llegan a percibir claramente ni siquiera las cosas externas a Dios. En cambio, la luz de la fe es una participación de la verdad y de la luz de Dios y no puede engañarnos, porque nos hace ver las cosas tal como están en su verdad a los ojos de Dios.

De manera que, si miramos a Dios con los ojos de la fe, le veremos en su verdad, tal como es y, en cierta forma, cara a cara. Pues aunque la fe vaya unida a la oscuridad y no nos permita ver a Dios con la claridad con que se le ve en el cielo, sino como a través de  una' nube, sin embargo, no rebaja su grandeza a la escala de nuestros espíritus, a la manera de la ciencia, sino que penetra a través de sus sombras hasta la infinitud de las perfecciones divinas y nos hace conocer a Dios tal como es, infinito en su ser y en todos sus atributos.

La fe nos hace conocer que todo cuanto hay en Dios y en Jesucristo, Hombre-Dios, es infinitamente grande y admirable, adorable y digno de amor. Nos hace palpar la veracidad y la fidelidad de las palabras y promesas de Dios y que él es todo bondad, dulzura y amor para los que le buscan y confían en él. y así como debemos mirar todas las cosas a la luz de la fe para conocerlas de verdad, también debemos realizar todas nuestras acciones guiados por esta luz para hacerlas santamente. Porque así como Dios se conduce por su sabiduría divina, los ángeles por su inteligencia angélica, los hombres sin fe por la razón, los mundanos por sus máximas, los voluptuosos por sus sentidos, así los cristianos deben conducirse por la misma luz que guía a Cristo, su Cabeza, es decir, por la fe, que es una participación de la ciencia y luz de Jesucristo. Debemos, pues, esforzarnos en adquirir, por todos los medios, esta ciencia divina y guiarnos únicamente por ella. Para este fin, al comenzar nuestras acciones, sobre todo las más importantes, postrémonos a los pies del Hijo de Dios, adorémosle como guía y consumador de la fe, y como la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo.

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